En Estados Unidos, el 66% de los demócratas cree que
la actividad humana es la causa principal del calentamiento global mientras que
solo el 24% de los republicanos cree lo mismo. Incluso la propia existencia del
cambio climático marca diferencias entre demócratas y republicanos y, por ello,
el 86% de los primeros cree que existe frente al 60% de los republicanos que no
lo acepta. Es más y como detalle ilustrativo, el senador republicano por
Florida Marco Rubio (que parece quiere postularse como candidato republicano a
la Presidencia de Estados Unidos) declaró que “no creo que la actividad
humana sea la causa de los dramáticos cambios en el clima tal y como lo relatan
los científicos”. Y añade que “la certeza científica sobre esto que
algunos proclaman no es necesariamente ésta”.
En la práctica, son políticos son los que toman
decisiones y, allí donde convergen política y ciencia, son ellos los que
terminan dominando el debate. Y sus argumentos, a menudo, tienen que ver más
con su ideología y sus creencias que con la ciencia. Algo parecido a lo que he
narrado sobre el cambio climático ocurre con los debates y la práctica pública
sobre la evolución, las células madre, las vacunas, el fracking, el aborto, el
uso de la energía atómica y otros temas parecidos.
Uno se pregunta el por qué de estos debates
interminables y, casi siempre, repetitivos hasta el aburrimiento. Vivimos el
tiempo de la ciencia y la tecnología y del interés público en ellas. Pero
también es el momento de la política y, además, de una gran polarización
política. Son necesarios los encuentros pero, también, parecen inevitables los
desencuentros. Y tenemos mucho que aprender de la relación entre la política y
la ciencia y, sobre todo, de cómo el proceso del descubrimiento científico se
politiza y de cómo las ideas políticas de los individuos influyen en la manera
en que reciben, interpretan, comunican y, en último término, manejan los
hallazgos de la ciencia.
Prejuicios sobre objetividad
Es obvio que, por lo que escrito más arriba, el
proceso científico no cae en una especie de vacío moral. Son los valores
humanos, y aquí incluimos la religión y la política, los que influyen en el
proceso científico y en su diseminación y recepción por la sociedad. Los
valores representan creencias y ambos, esencialmente, conforman nuestra manera
de entender el mundo en que vivimos que, a su vez, incluye la ciencia. Si
nuestros valores son profundos y estables trataremos de influir en la ciencia,
tal como ocurre con toda nuestra vida y conducta. Pero la ciencia establece
hechos y no valores y, lo queramos o no, esos hechos científicos son los que
deben influir en nuestros valores y no al contrario. Por tanto, quien tiene
valores fuertes y profundos, intenta controlar la ciencia como algo necesario
para que, precisamente, no cambien sus valores. O, si se quiere, ni siquiera le
hagan dudar de sus valores.
Así, cuando Joshua Blank y Daron Shaw, de la
Universidad de Texas en Austin, preguntan en octubre de 2013 a 2000
voluntarios, registrados como votantes, sobre 14 temas que relacionan ciencia y
política y que los puntúen de 1 a 10, los resultados demuestran las diferencias
entre demócratas y republicanos y, por tanto, entre los valores y las creencias
de ambas ideologías.
De todos los temas en cuestión hay seis que todos
aceptan: vacunas obligatorias para los niños, prevención del SIDA, energía
nuclear, obesidad infantil, control de la natalidad e investigación con células
madre. Y otros seis temas con las puntuaciones medias más bajas (por debajo de
5), o sea, que algunos rechazan: alimentos resultado de la biotecnología,
legalización del uso de drogas, ensayos con animales, evolución, seguro sanitario
obligatorio y adopción por parejas gay. Por ejemplo y para concretar, los
republicanos marcan cuatro temas con una puntuación media por debajo de 5:
calentamiento global, con 4.8; evolución, con 4.4; adopción por parejas gay,
con 3.9; y seguro sanitario obligatorio, con 3.5.
Los demócratas no puntúan ningún tema por debajo de 5
y los que tienen las puntuaciones más bajas son: evolución, con 7.1; seguro
sanitario obligatorio, con 6.9; alimentos de biotecnología, con 6.6;
legalización del uso de drogas, con 6.6; ensayos con animales, con 6.5; y
adopción por parejas gay, con 6.1.
El tema mejor puntuado por demócratas y republicanos
es la prevención del SIDA, con 8.7 para los demócratas y 7.5 para los
republicanos.
Como puntuación media, la ciencia se evalúa para todos
los participantes con 6.4, y es con 7.5 para los demócratas, 5.6 para los
republicanos y 5.8 para los independientes.
En sus conclusiones, Blank y Shaw afirman que, en
general, el público respeta a los científicos en cuestiones que relacionan ciencia
y política. Y en ese respeto a la ciencia influyen la ideología política y las
creencias religiosas. Sin embargo, también hay ciudadanos que rechazan
cualquier argumento científico en determinados asuntos de interés público. Solo
hay que recordar las declaraciones del senador Marcos Rubio respecto al cambio
climático.
Hay quien ha propuesto que la diferencia entre
demócratas y republicanos respecto a la ciencia se debe a la personalidad
psicológica típica de cada una de esas ideologías. Pero también se afirma que
tanto unos como otros, todos los políticos, tienden a rechazar los argumentos
científicos cuando no coinciden con su ideología. A partir de cada ideología se
llega a un comportamiento similar y, en último término, a la polarización que
obliga a que los republicanos rechacen el cambio climático o la evolución y los
demócratas el fracking o la energía atómica. Aunque también es cierto que la
reacción de rechazo a la ciencia es cuatro veces mayor en los republicanos que
en los demócratas.
Como conclusiones hay que destacar que republicanos y
demócratas reaccionan negativamente cuando la ciencia no coincide con sus
creencias políticas y con su ideología. Y, en segundo lugar, todo lo visto
hasta ahora nos convence de que la polarización política, o ideológica, de la
ciencia no es una opinión o una hipótesis, sino un hecho constatable.
Las células madre
Vamos ahora a un tema de los citados antes y lo
trataremos más a fondo: la investigación con células madre embrionarias, en un
estudio de opinión con más de 8000 participantes y en ocho campañas entre 2002
y 2010. Los resultados muestran que las creencias personales sobre ciencia y
sociedad son poco cambiantes ante el paso del tiempo o las noticias en los
medios.
Para los autores, Matthiew Nisbet y Ezra Markowitz, de
las universidades Americana de Washington y Columbia de Nueva York, hay cuatro
tipos de respuestas a estas investigaciones con células madre, según las
creencias de cada participante sobre ciencia y sociedad.
Un tercio de los voluntarios son los llamados
optimistas científicos, que creen en la relación entre ciencia y sociedad y
están dispuestos a aceptar lo que llegue de la ciencia. Más o menos un cuarto
de los voluntarios son, por el contrario, pesimistas científicos que no creen
en la moralidad de las intenciones de los científicos y, para ellos, la ciencia
solo trae problemas. Otro cuarto de los participantes son los indecisos que ven
la ciencia en términos a veces positivos y, otras veces, negativos. Y,
finalmente, un 15% no están comprometidos por la relación entre la ciencia y la
sociedad y suelen verse muy influidos, si es que lo son, por las noticias que
aparecen en los medios en cada momento.
Detrás de estas conductas están la ideología política,
el seguimiento de los partidos políticos, la religión y, además, la diferencia
en las percepciones que cada individuo tiene sobre las implicaciones sociales
de la ciencia.
Además, me parece, muchos científicos han dejado de
ser un grupo de expertos más bien independientes para convertirse en
representantes de las instituciones a las que pertenecen, sean centros de
investigación, universidades, el gobierno o empresas privadas y, por tanto, en
defensores de sus intereses. En realidad, representan y apoyan a quien les
paga, sobre todo cuando se debaten temas concretos que les interesan más que
cuando se tratan los grandes conceptos de la ciencia. Esta percepción social
del científico por parte de los ciudadanos provoca desconfianza, creo que con
una lógica inevitable. Ha ocurrido con la ciencia que trataba del tabaco, los
productos tóxicos y contaminantes, la industria del carbón y del petróleo, el
amianto, la talidomida y otros fármacos y muchos más casos incluidas,
curiosamente, las declaraciones de los expertos CSI en los juicios con jurado.
Resolver este problema es un asunto que concierne a los científicos, de acuerdo
con los valores de la ciencia y de la cultura a la que pertenezcan.
El testimonio de los científicos y el cambio climático
Las consecuencias son fáciles de imaginar. Ante todo,
consecuencias para la práctica política. Por ejemplo, Xinsheng Liu y sus
colegas, de la Universidad A&M de Texas, nos cuentan lo que ocurre en el
Congreso de Estados Unidos con el calentamiento global y el cambio climático,
asunto con el que comencé este texto. Como sabemos, es difícil que republicanos
y demócratas lleguen a un acuerdo sobre este asunto. Liu se pregunta si este
desacuerdo perenne se debe a que los científicos que asesoran a ambos grupos
tienen opiniones igualmente encontradas. Es decir, que los científicos están en
la base del desacuerdo de los políticos.
Repasan 39 años de discusiones en la Cámara de
Representantes de Estados Unidos sobre el cambio climático, desde 1969 a 2007,
con 1350 testimonios en total. Después de analizarlos, encuentran que el 86% de
las declaraciones de los científicos afirman la existencia del cambio climático
y el 78% que la causa es la actividad humana. Incluso en un Congreso con
mayoría republicana y, se supone, que no aceptan el cambio climático y que
llevan expertos científicos afines a su ideología, el 75% apoya la existencia
del cambio climático y que se debe a la acción humana. Además, el 95% de los
científicos apoyan el desarrollo de políticas para combatir el cambio
climático. Y Liu y sus colegas detectan que los testimonios de los científicos
son consistentes aunque los declarantes pertenezcan a diferentes grupos.
En conclusión, para Liu y su grupo, las discrepancias
y falta de acuerdo entre los políticos no se deben a los científicos sino a
otras causas, quizá a grupos de presión de la industria, directrices de los
partidos o, como hemos visto, a la ideología de cada congresista y de cada
partido. Es lo que provoca el cada vez mayor desacuerdo entre grupos políticos,
con cada vez menos votaciones propuestas por miembros de los dos partidos
mayoritarios en Estados Unidos (el 13% hasta 1979 y el 1.5% en la década de los
2000). Y entre estos desacuerdos por la ideología y en la práctica política
está, como hemos visto, mucho de lo que tiene que ver con la ciencia.
Referencias:
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J.N. Druckman. 2015. The politics of science: Political values and the
production, communication, and reception of scientific knowledge. Annals of the
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Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología,
profesor de biología celular de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha
publicado varios libros y es autor de La biología estupenda.
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Fuente: Cuaderno de Cultura Científica